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«EL ESTRENO» Una historia de música, una historia del aprendizaje

«EL ESTRENO»

Finalmente llegaba el anhelado día en que aquel joven soñador, después de muchos esfuerzos y sacrificios presentaría sus innovadoras y audaces ideas al mundo. Todo había comenzado años atrás como una visión o tal vez como un sueño, no estaba del todo seguro pero el germen de aquellas ideas se había transformando en un sutil susurro que emanaba desde lo más hondo de su ser y pronto se daría cuenta que el verdadero reto no sólo era escuchar si no aprender de esa voz interna. ¿Era lo que algunos conocen como conciencia o tal vez intuición? ¿Sería el inconsciente? Las dudas lo asaltaban y se transformaban en un dialogo interno que por momentos podría ser caótico pero también inspirador y energético.

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El pensamiento fijo era un obstáculo que se disfrazaba de múltiples formas tales como el respeto a la reverenciada tradición o “la manera correcta de hacer las cosas” y el delicioso confort de lo conocido. Salirse de dichas fronteras fácilmente llegaba a convertirse en un yunque mental o quizá en un gran lastre sobre las espaldas de cualquiera que osara imaginar plantearse otras posibilidades. Mirar desde diversas perspectivas o contemplarse así mismo partiendo desde la óptica de una mentalidad de crecimiento que le pusiera por delante un universo de aprendizaje infinito, tal y como se percibía aquel joven soñador al que no pocas veces el miedo intentaba paralizar pero el estupendo autocontrol que había desarrollado desde la niñez le permitía gestionar esa emoción para que el miedo no se convirtiera en un obstáculo.

Sus amigos, colegas y conocidos criticaban sus aparentemente erráticas anotaciones así como los abundantes tachones y borrones. Algunos pensaban al ver sus cuadernos que era indeciso y que no sabía bien lo que quería mientras que otros inferían que las erráticas notas revelaban la  falta de carácter y una torpeza hasta visceral y primitiva, no verían que detrás del aparente caos se encontraba escondida una profunda reflexión que derivaba en una poderosa toma de decisiones que sería uno de sus grandes aliados.

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Lo que tampoco nadie sospechaba era que aquel joven en realidad anotaba con facilidad no menos de 70 versiones de cada idea que tenía, experimentando con todas y cada una de ellas antes de elegir alguna, haciendo uso de una gran flexibilidad cognitiva para explorar los límites de cada posibilidad, siendo aquellas aparentemente caóticas notas, mudos testigos del rico proceso creativo.

Así es como finalmente llegó el gran día del estreno, el momento de mostrar sus ideas ante los ojos de todas las personas reunidas en el corazón de esa célebre ciudad considerada el centro mundial de desarrollo de ideas y nuevas tendencias…..

No hablamos de Sillicon Valley, si no de Viena y hay que decir que tampoco estamos hablando de Steve Jobs, Elon Musk o alguno de los grandes emprendedores que han cambiado el mundo en los últimos tiempos. Hablamos de un joven “dreamer” alemán que gracias al impulso generado por la férrea mentalidad de crecimiento con no pocos esfuerzos llegaba a Viena persiguiendo sus sueños.

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Este gran emprendedor se llamaba Ludwig van Beethoven, quien en el año de 1800 presentaría  su primera sinfonía en la ciudad considerada la capital de la música, donde se exhibían las últimas tendencias ante un público que no era fácil. Ya antes otros lo habían perdido todo en su intento por conquistar Viena y el joven Beethoven llegaba con su primera obra de gran formato bajo el brazo, resultado de una toma de decisiones tan radical como honesta y verdaderamente innovadora que rompía las reglas establecidas de la armonía tradicional y las estructuras musicales prevalecientes.

La obra comenzaba engañando al público al presentar una falsa tonalidad no una ni dos si no tres veces!! ya que empezaba en Fa mayor, cambiaba inmediatamente a La menor para después llegar a un dudoso Sol mayor antes de establecer finalmente el tono de la obra que era Do mayor, llevando a la exigente audiencia por un sorpresivo laberinto sonoro que dejaría con el ojo cuadrado (o más bien el oído) a los asistentes de aquel singular estreno y eso era solo el inicio. Tantas serían las sorpresas que ya en el último movimiento, usualmente rápido, la osada introducción construida con una lenta escala a la que poco a poco y sin prisa va añadiendo sonidos, expresando de manera sencilla pero contundente la disyuntiva existencial del ser o no ser (¿lo hago o no lo hago?, ¿me atrevo o no me atrevo?) ingeniosamente resuelto con un hermoso y optimista Rondó que llega brillando, como la luz del amanecer de un nuevo y estimulante día.

Al término de la ejecución de la primera sinfonía en aquel memorable estreno, el difícil público vienés cayó en su mayoría rendido ante el encanto de los efectos creados por aquel joven innovador, sin saber entonces que la música no volvería a ser la misma. Beethoven había rasgado así el manto sagrado de las reglas de la armonía (una obra únicamente podía iniciar con el tono en que se construiría la misma) y las formas musicales, inaugurando lo que más tarde se conocería como dramatismo tonal consistente en exagerar las tensiones  armónicas con la finalidad de sentir un placer más intenso cuando éstas se relajan y resuelven, recurso del que Beethoven sería un gran maestro a lo largo de su intensa vida creativa.

Veinticuatro años más tarde y ocho sinfonías después, Beethoven volvería al escenario para el último estreno de sus apasionantes obras, convertido en el compositor más respetado, venerado y admirado de su tiempo para regalarnos una de las más grandes obras jamás creadas por un ser humano, su novena sinfonía, escrita desde la oscuridad del silencio y de la más profunda y absoluta sordera.

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La novena, producto de una admirable plasticidad neuronal que le permitiría a Beethoven escuchar con el cerebro a pesar de la inutilidad de sus oídos sería el máximo ejemplo de cómo superar los obstáculos y los límites de la adversidad que pueda tener enfrente un ser humano.

Los testimonios del estreno mencionan que debido a la sordera y al delicado estado de salud Beethoven confió la dirección musical del estreno a  Michael Umlauf, Kapellmeister de la Corte Imperial limitándose únicamente a permanecer junto a él con una copia de la partitura y marcando las entradas de los movimientos. El entusiasmo desbordaba ya desde que se hizo presente el poderoso ritmo del Scherzo y al final, la euforia estallaba efervescente mientras en medio del alboroto pero ajeno a él, Beethoven seguía concentrado, mirando la partitura y marcando con retrasos los últimos compases. La joven cantante Karoline Unger jamás imaginó que pasara a la historia por el gesto que tuvo esa noche del estreno: acercándose a Beethoven, diligentemente lo tomó del brazo para girarlo hacia un público que entre el delirio y la locura no paraba de aplaudirle de pie.

Una historia de creatividad, mentalidad de crecimiento y amor por lo que uno hace.

Por: Victor Barrera García (Alumno Máster Neurodidáctica URJC 2017/2018)

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