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El cerebro infantil 0-3 años (II)

En la entrada anterior dejamos sin responder una de las preguntas más relevantes sobre en qué enfocar y cómo desarrollar el trabajo de maestros y educadores en la etapa de 0-3 años. La pregunta en concreto era ¿qué aspectos son la clave en la formación del cerebro durante estos primeros años de vida? Las investigaciones llevadas a cabo en los últimos 50 años no parecen dejar lugar a dudas, cinco ámbitos de intervención resultan claves en este periodo de edad de cara a favorecer al máximo el desarrollo del cerebro en etapas posteriores:

  1. Una buena nutrición
  2. Una relación protectora y de cariño con los padres y cuidadores
  3. Una exposición rica al lenguaje
  4. Horas de juego enfocado al aprendizaje
  5. Comenzar a desarrollar su función ejecutiva

Una buena nutrición

Una buena nutrición es el combustible y el acelerante del crecimiento. Desde los primeros minutos de vida, la lactancia proporciona importante beneficios al niño que le acompañarán para siempre:

    • para su sistema inmunológico
    • para la cognición
    • para el crecimiento y su desarrollo
    • y por supuesto, para el establecimiento de vínculos emocionales

La capacidad futura de aprendizaje se va a decidir durante este periodo de la vida. Los déficits nutricionales tanto en el periodo prenatal como durante los primeros años de vida van tener efectos irreversibles en el desarrollo y la maduración del sistema nervioso central. Estas deficiencias pueden tener consecuencias devastadoras en el sistema psicomotor, del que dependen la adquisición y maduración de áreas como:

    • la motora
    • el lenguaje
    • el área psico-social
    • y el área cognitiva

Es a través del área cognitiva como el cerebro procesa la información procedente de los sentidos. Una mala o deficiente nutrición va a afectar a la capacidad atencional, necesaria para captar esta información, esto su vez hará difícil la memorización y por lo tanto el aprendizaje se verá seriamente comprometido. 

Qué podemos hacer en el aula: 

–  Asegurar que el niño adquiere una alimentación equilibrada durante el periodo que permanece con nosotros.

–  Tener en cuenta que, tal y como las investigaciones ponen de manifiesto, un desayuno insuficiente reduce la atención, y sin atención no se va a producir aprendizaje. Ocupémonos de no desatender esta comida y dediquemos el tiempo y el esfuerzo necesario para que adquieran el hábito del desayuno favoreciendo con ello que esta práctica les acompañe a lo largo de las diferentes etapas educativas.

Una relación protectora y de cariño con los padres y cuidadores

El bebé necesita interactuar cara a cara con el adulto. Durante la época en la que es amamantado, la distancia que se establece durante ese momento entre la cara de la madre y los ojos del bebé es de aproximadamente 20 o 25 cm, precisamente la distancia en la que el bebé tiene una visión más clara. 

Entre el mes y los tres meses el bebé es capaz de apreciar los cambios en el rostro, y los estudios demuestran que prefieren los rostros a otras imágenes. Cuando nos miran estudian nuestros movimientos, cómo se produce el habla, qué forma adoptan nuestros, labios, los dientes, la lengua, aprenden y nos imitan, somos su modelo. Tocar, oír y ver, son tres fuentes fundamentales para su aprendizaje.

Lo más importante es establecer la “relación de apego”, un vínculo estrecho y fuerte que le permite tener la seguridad de que siempre habrá alguien al otro lado, alguien receptivo a sus demandas y necesidades, de modo que pueda predecir que no le va a fallar. Si recordamos que una de las características del cerebro es “buscar sentido” y coherencia en el flujo de información y aprende por asociación, “si hago esto-sucede esto otro”, y que cuanto más pequeños son los bebés más básicas son esas asociaciones, responder rápidamente a las demandas del bebé les ayudará en la gestión emocional de cómo se sienten. Aprender cuanto antes el patrón entre la necesidad y la ayuda es importante para su seguridad, lo que se ve beneficiado por la forma suave en que hablamos y nos dirigimos a los bebés en nuestra interacción y comunicación con ellos.

Es posible que surja la duda de si los bebés durante estos primeros meses tienen la capacidad de manipular al adulto para conseguir sus fines. La respuesta desde la ciencia es que las funciones ejecutivas ligadas al establecimiento de metas y la planificación y organización para obtenerlas no están activas en esa fase de su desarrollo cerebral. Recordemos que el cerebro se desarrolla de dentro hacia afuera, y de atrás hacia delante, de manera que mientras sus estructuras emocionales sí estan activas de modo temprano, no lo están las ejecutivas que se sitúan en el parte prefrontal del cerebro. 

No obstante, poco a poco hay que ir definiendo las reglas sobre lo que sí pueden obtener y lo que no, de manera que pueda establecer patrones que le ayuden a la autorregulación interna, para lo que van a necesitar múltiples repeticiones hasta instaurar y automatizar el patrón de respuesta correspondiente. Esta es una tarea de aprendizaje mutuo, en la que tanto cuidador como bebé irán diferenciando el tipo de lloro (de hambre, sueño, aburrimiento…) para responder en cada momento de la manera más adecuada, bien para la atención rápida o para la fijación de límites.

Otro aspecto a tener en cuenta en la creación de vínculos y relación de apego es que generar climas de confianza ayuda a liberar oxitocina. El contacto suave y cariñoso tiene muchos efectos positivos, como demuestran algunos estudios (Touch Resarch Institute, Universidad de Miami):

    • En niños de 6 meses menor ansiedad y sueño más profundo y más alerta.
    • En niños pequeños y preescolar, mayor atención.
    • Menos producción de cortisol (hormona del estrés) en niños y adultos.
    • Mejora de las funciones inmunes en todas las edades.

A medida que los niños van creciendo las caricias pueden ir transformándose en otro tipo de manifestaciones, como chocar las manos a partir de los 5 años, mensajes de apoyo valorando el trabajo y mostrando reconocimiento, y a otras edades más avanzadas una palmada en el hombre o en el brazo puede ayudar a mejorar la atención. En general, hemos de trabajar para crear climas emocionales seguros, que el sistema límbico no interprete como como amenazantes, lejos del estrés y el caos que conducen a respuestas y comportamientos agresivos, impulsivos y no regulados.

Qué podemos hacer en el aula:

–  Favorecer que los cuidadores puedan establecer lazos y vínculos duraderos en el tiempo que permitan llegar a desarrollar la relación de apego, en el ideal los 3 años hasta pasar a las aulas de infantil.

–  Contar a persona “cariñosas” que no les avergüence decir “te quiero” y utilicen de forma continuada refuerzos verbales positivos que les ayude a reconocer lo que hacen bien y a corregir sin angustia las respuestas menos adaptativas. 

– Crear entornos que propicien la sensación de seguridad y hagan que los niños se sientan cuidados y queridos. Por un lado, el contacto físico estrecho contribuye a generar sentido de seguridad que es imprescindible para el desarrollo cognitivo del niño, por otro, los entorno positivos predecibles que favorecen la empatía con otros ayudan a desarrollar la capacidad de autorregulación y un autoconcepto más positivo.  

Una exposición rica al lenguaje

En el momento del nacimiento el cerebro del bebé es capaz de percibir los 800 fonemas que conforman la totalidad de las lenguas del globo. A los 6 meses de vida de vida el cerebro entra en un periodo sensible respecto de la habilidad del lenguaje, pues es el momento en el que se encuentra mejor dotado para percibir los sonidos de la lengua respecto de las vocales, y a los 9 meses lo está para las consonantes. Este periodo solo dura unos meses, sin embargo, para aquellos niños expuestos a una segunda lengua se abre la oportunidad de adquirirla hasta los 7 años de edad con cierta soltura  (Patricia K. Kuhl. Rev. Investigación y Ciencia. Enero 2016).

Este aprendizaje no es un proceso pasivo, la interacción social constituye un requisito básico y un enorme número de horas de escucha activa son imprescindibles para que el bebé aprenda una de las habilidades sociales más importantes en su proceso de aprendizaje. Y como en la relación de apego, la interacción cara a cara, la mirada directa y la retroalimentación del adulto tienen un gran poder e influencia en el desarrollo de este aprendizaje.

El comienzo de la comunicación verbal con el bebé se basa en la repetición de sonidos que inicialmente emite de forma accidental, se trata de balbuceos y sílabas sin sentido tales como “ta-ta”, “gu-gu”, y que como adultos repetimos  generalmente tras la escucha en un tono agudo, lo que ayuda a captar su atención. Además, pronunciar estas palabras más despacio, mientras los miramos y ellos nos observan, vocalizando con cierta exageración las sílabas, favorecerá la escucha de los sonidos con precisión y ello permitirá su reproducción por imitación.

Más adelante, entre los 11 y los 14 meses, mantener un conversaciones frecuentes cara a cara con los bebés será una estimulación maravillosa para seguir favoreciendo en ellos el desarrollo del lenguaje. 

Qué podemos hacer en el aula:

–  Hablar, hablar y hablar. Alrededor de los 4 o 5 meses, cuando todavía no pueden comunicarse verbalmente, el lenguaje de signos resulta un gran aliado. Podemos asociar palabras muy concretas a signos que repetiremos de modo constante cada vez que estas palabras aparezcan en nuestra interacción con ellos (comer, dormir, cambiar -pañal-, más, agua…). Pero no será hasta los 7 o 9 meses que el bebé podrá reproducir alguno de estos signos, pues hasta entonces su coordinación psicomotora no le permitirá realizar los movimientos motrices necesarios para su reproducción. (Neurociencia infantil. Jill Stamm. Narcea. 2018). Esta comunicación,  realizada siempre de forma consciente en interacción cara a cara mientras le permite ver perfectamente el gesto y la palabra que pronunciamos, le ayudará a desarrollar la habilidad cognitiva de la predicción, tan necesaria para la supervivencia.

–  Hablar y relacionarse con ellos a través de historias, libros, cuentos, canciones… Crear entornos ricos en lenguaje, con amplio vocabulario, es una obligación para todo docente dentro del aula y en la familia, ya que esto favorecerá más adelante la comprensión lectora y el desarrollo conceptual en el que se desenvolverá a lo largo de toda la etapa escolar, y desde luego durante toda su vida.

Por ello, mantener conversaciones frecuentes, y realizar la lectura compartida, son grandes estrategias para desarrollar el lenguaje. Durante este momento compartido es importante señalar los objetos y los personajes que aparecen en la conversación, pues cuando lo hacemos el niño dirige su mirada hacia el objeto que estamos señalando y este gesto que se conoce como “atención compartida”, es esencial para el aprendizaje del lenguaje, según muestran las investigaciones. Nombrar la palabra que identifica aquello que señalamos, asegurarnos que ambos fijamos la mirada sobre la misma cosa y pedir que repita esa palabra varias veces, le facilitará el desarrollo del lenguaje.

Por otro lado, repetir la lectura de un mismo cuento o narración es interesante porque se fortalecen las redes o conexiones neuronales. La repetición es el mejor mecanismo que tiene el cerebro para fortalecer la memoria y producir aprendizaje. Además, volvemos sobre la idea de que tras varias lecturas pueden predecir qué va a ocurrir después, lo que les proporciona bienestar y seguridad.  Además, tras la lectura o durante ella, podemos aprovechar para introducir diálogos acerca de la historia, sobre lo que piensan en relación a lo que ocurre, o para preguntar si recuerdan lo que viene después, favoreciendo con ello el ejercicio de su memoria.

También es posible trabajar con niños de edades diferentes, y que los mayores ayuden a los adultos a contar la historia a los más pequeños, utilizando los propios libros o la teatralización como estrategia.

–  La educación musical, basada en tocar y practicar con algún instrumento, produce cambios en regiones del cerebro relacionadas con destrezas cognitivas que se vinculan con el desarrollo espacial, motriz y verbal. 

Incorporar también actividades que incluyan rimas y cantar canciones es importante para el desarrollo intelectual general. Las rimas y los ritmos siguen un patrón que se repite una y otra vez, y como dice Jill Stamm, “forman un un trío perfecto”, RIMA-RITMO-REPETICIÓN, tres “R” que les ayudará a futuro en el aprendizaje de la lectura, como se ha comprobado en niños que son capaces de mantener el ritmo de las canciones. 

Por tanto, leer libros y poemas que contienen muchas rimas, escuchar y cantar canciones, dar palmas secuenciando las palabras o mientras se canta y baila al ritmo de la música, así como tocar instrumentos sencillos como el triángulo, las campanas o un tambor siguiendo un ritmo, y utilizar juegos de palabras que formen rimas (diente-frente-fuente-puente-gente), son actividades fundamentales para el posterior desarrollo de la destreza lectora. En definitiva, trabajar en los pre-requisitos lectores.

Horas de juego enfocado al aprendizaje

El juego es una actividad presente en todas las etapas de la vida, y durante primeros años resulta un elemento fundamental para el desarrollo social, emocional y cognitivo.

Respecto de la neurociencia, el juego proporciona una fuente de continua de ocasiones para repetir una y otra vez sobre lo mismo de forma divertida. El juego activa el circuito de la recompensa del cerebro, de hace que cuando algo es divertido y agradable quiera repetirlo, así, cada vez que se da una repetición se fortalecen las conexiones neuronales y gracias a ello el niño mejora su destreza y se refuerza el aprendizaje. 

Juego libre y espontáneo, juego simbólico y juego dirigido por adultos, todos los tipos de juego contribuyen al desarrollo del cerebro. El juego libre resulta crucial para que los niños lleguen a ser competentes socialmente, para que aprenda a manejar el estrés y desarrollen habilidades cognitivas como la capacidad de resolver problemas, y al carecer de reglas ayuda al desarrollo de la creatividad. Jugar con iguales de modo libre requiere aprender lo que está aceptado y lo que no, requiere comunicación, y el lenguaje se hace más sofisticado pues obliga a proporcionar información de contexto, mientras que cuando juega con adultos estos pueden “rellenar los huecos de información, lo que facilita las cosas a los niños” (Melinda Wenner Moyer. Rev. Mente y Cerebro, nº 46. 2011).

Jugar a través de la experimentación con objetos cotidianos para usos no habituales, colabora también al desarrollo de la creatividad y la flexibilidad cognitiva. Por medio del juego el niño aprende a compartir, a desarrollar la cooperación, favorece su desarrollo emocional al lidiar con emociones de frustración, de enfado, de alegría o de conflicto.

Gracias al juego el niño se desarrolla a nivel motor, corre, salta, se estira y se arrastra, trepa, maneja objetos… Esta es también una razón poderosa para el juego. El desarrollo de habilidades perceptivo-motrices y de organización espacio-temporal neuromotor, le ayudará, primero a sentar las bases y posteriormente a desarrollar, las destrezas necesarias para el aprendizaje de la lecto-escritura.

Para Renz­-Polster los niños necesitan una gran variedad de estímulos y que se les apoye en su proceso de aprendizaje. Sin embargo, “una estimulación tem­prana no significa una escolarización anticipada. No existe ningún indicio que un niño sea más listo por experimentar un aprendizaje es­tructurado y precoz. Los niños aprenden a través de la comparación organizada con su entorno, es decir, mediante el juego libre y creativo”. Cuando se sientan y juegan en los cajones de arena, aprenden por ellos mismos que las cantida­des pueden ser grandes o pequeñas o que las cosas caen de las manos al suelo. Oyen piar a los pájaros, huelen el pastel que se hornea, inspeccionan los objetos que se les dan. Como el pequeño Pablo: mientras juega, descubre que la pieza de cons­trucción circular rueda, que la madera es dura y que tiene una superficie lisa. (Nele Langosch. Rev. Mente y Cerebro. nº 74. 2015).

Qué podemos hacer en el aula:

–  Animarles a que jueguen y experimenten y, en la medida de lo posible, dejar lo más abierto el final del juego, es decir, favorecer el juego libre tanto individual como grupal.

–  Observar y acompañar al niño para crear los escenarios que, siendo desafiantes, les proporcionen más éxitos que fracasos en la realización de las tareas y juegos, pues si a esta temprana edad el éxito cae por debajo del 80%, corremos el riesgo de que abandone en su intento por experimentar poniendo en juego el avance en su aprendizaje.

–  Trabajar desde la “zona de desarrollo próximo” ofreciendo solo la ayuda necesaria, de esta forma avanzarán hacia retos más ambiciosos.

–  Alabar y dar mensajes positivos al niño por su esfuerzo y no por su inteligencia, al margen de si alcanzó o no el resultado, haciéndole comprender que con más práctica puede conseguirlo. Es decir, sembrar y generar mentalidad de crecimiento, “una educación basada en el esfuerzo y la tenacidad, vinculando la sensación de aprendizaje con el esfuerzo y desarrollando la autoestima y la motivación intrínseca” (Jill Stamm, Neurociencia y aprendizaje. Narce. 2018) en el gusto por aprender.

Desarrollar su función ejecutiva

Los expertos y la investigación apuntan a que lo fundamental que han de aprender los niños en los primeros años de su vida ha de ser autorregulación, aprender a controlar sus impulsos, comenzar a crear el andamiaje de sus funciones ejecutivas.

Estas funciones se sitúan en el lóbulo frontal, concretamente en la parte prefrontal del cerebro, y son las últimas en terminar de desarrollarse. Esta parte del cerebro se ocupa del razonamiento abstracto, la fijación de metas, de la planificación y organización de las estrategias para alcanzarlas, de la anticipación de las consecuencias de las propias acciones, del control de los impulsos… También de la capacidad de concentración y de la revisión, control y ajuste de las estrategias para alcanzar los objetivos previstos. Estas destrezas se desarrollan paulatinamente a lo largo de muchos años, tantos como hasta la treintena, pero como apuntábamos, algunas de ellas comienzan a debutar a muy temprana edad y es tarea de los educadores guiar a los niños en sus primeros pasos de este camino a recorrer.

Aprender autorregulación emocional, la capacidad para controlar e influir en el propio comportamiento y sentimientos en los primeros 4 años de vida, les proporciona la oportunidad de ser menos impulsivos, demorar la gratificación y recompensas, controlar mejor el estrés, planificar mejor sus acciones y les hace más tenaces en perseguir sus objetivos. Los estudios demuestran que aquellos niños que en la primera infancia adquieren un buen manejo del autocontrol, este se se mantiene relativamente estable durante la etapa de la juventud. Todo esto sin duda, repercute en su desempeño escolar y laboral posteriormente.

Qué podemos hacer en el aula:

–  Con los bebés, transmitir seguridad y confianza, desarrollando vínculos afectivos y una comunicación fluida, tal y como hemos comentado hasta ahora.

–  En el caso de niños pequeños trabajando las rutinas diarias, haciéndoles explícito qué viene primero, qué después, y cuál es el final, es decir, la secuencia de los acontecimientos. Identificar bien los objetivos y los pasos que vamos a ir dando para alcanzarlos, dejando patente cuándo se han alcanzado los mismos, porque al cerebro también le gustan las recompensas y el éxito.

Cuando sean algo mayores les daremos la oportunidad de elegir entre dos objetivos, una vez hayan elegido uno de ellos les ayudaremos a definir los pasos que han de dar para llegar hasta él aportando feedback continuo durante la realización de la tarea, lo que les ayudará a saber cómo van progresando. Esta tarea se puede ir haciendo progresivamente más compleja a medida que vamos subiendo entre los 3 y los 5 años.

Mostrarles también que puede haber caminos, estrategias distintas para alcanzar el mismo objetivo, les permitirá trabajar la flexibilidad cognitiva.

–  Desarrollar programas de reconocimiento emocional tanto a nivel propio como en los demás, hablando durante largo tiempo sobre las emociones y enseñándoles a que aprendan que se puede tener una emoción pero expresar otro comportamiento distinto. Enseñarles a hablar consigo mismos para darse instrucciones, realizar teatralizaciones sobre problemas reales a los que se enfrentan.

–  Trabajar en la demora de la recompensa a través de la renuncia inmediata a ella, y manejando los tiempos de entrega de la recompensa de acuerdo a su edad, recordemos que el tiempo es un concepto complejo que va comprendiéndose poco a poco, por lo que al principio la entrega de la recompensa ha de ser rápida y algo más tarde después, y siempre cumpliendo la promesa.

–  Practicar el control del impulso a través de juegos de movimiento y parada, tipo “Simon say”, baile de estatuas, el escondite…

–  Trabajar la capacidad atencional y la concentración. Durante los primeros meses de vida el cerebro se está conectando para aprender a prestar atención, y lo hace a través de 3 redes atencionales, la red de alerta, la de orientación, y la ejecutiva. Hacia los 14 meses las dos primeras redes atencionales, alerta y orientación, están preparadas para desarrollar su función, en tanto que la red ejecutiva no estará en a pleno rendimiento hasta los 7 años.  No obstante, estas redes son muy influenciables por el tipo de experiencias a las que están expuestas, que pueden favorecer o ralentizar su desarrollo y maduración.

La atención es un recurso muy limitado a todas las edades, a estas aún más, diseñar sesiones cortas y variadas es absolutamente imprescindible para trabajar adecuadamente el desarrollo de la atención.

Afectan de modo negativo los entornos donde impera el desorden y el caos, o donde abundan los colores excesivamente fuertes, por ello se aconseja preferiblemente fondos neutros para las paredes, con un aspecto relajante. En el caso de los bebés, combinar patrones de colores llamativos como blanco-negro, rojo-amarillo, puede ayudarles a discriminar figura y fondo, en cualquier caso, a los 6 meses ya distinguen con claridad personas y cosas de su entorno diario.

Implicar emocionalmente a los niños es un recurso infalible para captar la atención: mostrar gran interés por un tema, jugar con el tono de voz, crear oportunidades que estimulan la curiosidad, contribuye a su aprendizaje.  

–  Trabajar con organizadores visuales, la memoria de las experiencias visuales es muy potente y ayuda a organizar el resto de informaciones que el cerebro recibe. Y tener en cuenta además que el cerebro da prioridad a lo que está al principio y al final de una lista, tanto si esta información se escucha como si se visualiza.

Utilizar imágenes reales para que puedan identificar fácilmente lo que se quiere transmitir, y secuenciar siempre la información.

Apoyarse en el arte, y pedirles que dibujen la historia que se está contando, ayudándoles a ordenar y clasificar las imágenes.

–  Favorecer la “mirada compartida” practicando la observación conjunta de algo, haciendo preguntas abiertas directas que le hagan prestar atención. 

–  Alternar juegos y libros, siguiendo la lectura a través de dramatizaciones que capten su atención (cambios de voz, movimiento, disfraces, expresiones faciales…).

–  Poner a su alcance espacios que favorezcan la estimulación multisensorial para que puedan observar, tocar, escuchar, moverse, y que todo ello esté accesible a lo largo del día. Puede resultar también un buen recurso crear dentro del aula “centros de aprendizaje” que permitan el aprendizaje del lenguaje, matemáticas, artes, juegos manipulativos, la exploración sensorial y el arte dramático.

En definitiva, trabajar en enseñar a los niños a no distraerse y centrarse en sus objetivos, es clave ahora y para su futuro. Los que sean capaces de marcarse objetivos y mantenerlos tienen más posibilidades de sentirse satisfechos y recompensados en el camino de adaptación permanente que la vida les va a exigir ahí afuera, y si hemos elegido ser sus educadores es nuestra responsabilidad acompañarlos y guiarlos en ese largo camino que acaban de empezar a recorrer.

Bibliografía

  • J. Stamm (2018). Neurociencia y aprendizaje. Narcea. 
  • Kuhl, P.K. (2016). “Cómo adquieren los bebés el lenguaje”. Rev. Investigación y Ciencia. Ene. 2016.
  • Langosch N. (2015). “La trascendencia del aprendizaje temprano”. Rev. Mente y Cerebro. nº 74.
  • Mendoza, F. M. (2018). “Bases de la Neurociencia. Educación Infantil”. AMEI-WAECE. Asociación Mundial de Educadores Infantiles.
  • Stix, G. (2011). “Técnicas para la estimulación del aprendizaje”. Rev. Investigación y Ciencia. Oct. 2011.
  • Weisberg, D. (2017). La ventaja de la fantasía. Rev. Mente y Cerebro, nº 82.
  • Wenner Moyer, M. (2011). “La importancia de jugar”. Rev. Mente y Cerebro, nº 46.

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