El corazón sobre la mesa
Si como docentes, madres, padres o simplemente educadores de un niño os habéis cuestionado alguna vez cómo ser el referente que se merece, encontraréis en estas palabras un sentimiento conocido.
Si os habéis cuestionado esto y desde el punto de vista de un simple maestro de infantil, futuro maestro de primaria y sobre todo, de aquel alumno que fue “problemático” una vez, solo os puedo decir: ¡CHAPÓ!
Quizás en ocasiones os habéis sentido desbordados por vuestros chicos, superados o incluso derrotados. Pero una vez más os habéis levantado, sacudido el polvo y continuado caminando vislumbrando lo único que importa, ser el ejemplo que se merecen. El sabor de la derrota puede ser amargo pero esto no tiene por qué ser necesariamente algo negativo. Corta la piel de un limón, añádele Ginebra a esa amarga tónica y tendrás algo más sabroso.
Como maestro poco experimentado pero aún más como alumno sobre-experimentado, durante toda mi trayectoria he aprendido y grabado a fuego la importancia que tiene crear una vinculación afectiva con los alumnos. Todos cometemos errores y a veces cuando creemos saber qué es lo mejor para nuestros chicos resulta que estábamos equivocados. El error no está en fallar sino en no sentir el pánico cada vez que lo hacemos y tratar de buscar la solución inmediata. Por ello, el simple hecho de cuestionarse una y otra vez qué es lo mejor para nuestros chicos, nos coloca automáticamente en el podio de los maestros.
¿Creéis que es positivo crear una vinculación emocional fuerte con los alumnos? Yo voto un sí rotundo. Es más, creo que con este vínculo afectivo solo obtendremos cosas positivas de ellos. No quiero decir con esto que debamos obviar los límites, es más, es necesario dejarlos bien definidos, pero sí mostrarnos humanos y cercanos. Y es que recordamos con mayor intensidad aquellas historias personales que nos contaban nuestros maestros, aquellas que se desvinculaban del temario y no tenían significación terminaron siendo las más significativas.
Quizás después de todo, para ser ese referente que se merecen, solo debemos ser nosotros mismos y cada vez que entremos en el aula debemos colgar nuestro abrigo en el perchero y dejar nuestro corazón sobre la mesa.